La Despedida
“He tomado la decisión de parar, literalmente. Girando
sobre mis pies acalambrados, dejé caer mi cuerpo medio molido, medio entumecido
en un rinconcillo de mi cama. Intenté cubrirme con una colcha, pero me desanimó
la idea de la tela gruesa ahogando mis sensaciones y otra vez me quedaré en
ideas estériles. En una acción incontrolada, he dejado que mis dedos intentendescifrar las emociones que han atolondrado mi cabeza este último tiempo.Temerosa del resultado, he apostado que hoy sí seré capaz de desnudar mis
emociones y compartirlas contigo”.
- Me dicen los niños que pediste que bajara a hablar contigo ¿Qué quieres decir? Ya te he oído y sé que vienes a pedir perdón nuevamente. Déjame hablar: “Hace poco he resurgido. Si me preguntas, desde que te dejé he nacido. Aún no sé caminar sola y varias veces he vuelto a trastrabillar, no me han bastado mis propias manos para enjugar los lagrimeos que dejan mis ojos acuosos; pero he renacido, aun viéndome desprovista de aquel refugio que, a puño de esfuerzo, desgarró nuestras manos cuando pretendimos levantar tu casa, esa que compramos juntos y que fue nuestra.
Parece que me viera desnuda corriendo presurosa a esperarte en nuestra cama, me parece sentir el olor que emanaba de tu cuerpo sudoroso. ¡Cuánto me fascinaba verte empuñar el martillo, levantar la carretilla preparando la mezcla! Recuerdo que reía, hace unos días habías robado la fórmula al maestro que un par de días había terminado de levantar el muro medianero… te sentía tan capaz, te veías tan atractivo todo desmarañado mientras me guiñabas un ojo cuando te espiaba. Admiraba esa metamorfosis constante en ti: de lunes a viernes te zambullías entre tus libretas, libros y apuntes. Todo atiborrado entre tu bolso y tu laptop me hablabas de geografía, de Gianini, Maturana y la socialización primaria, de Nietzsche, de Marx, repasábamos mis clases, yo te hablaba desde mi cotidianeidad. Ahora que lo pienso, intentaba hacerme oír. Sí, yo terminaba balbuceando mientras tus frases aplastaban las mías, había tanto que hacer en tu escuela, eran tan maravillosos los niños en tu aula… A propósito de niños: los nuestros aún no olvidan la despedida ¡Qué triste! ¿Verdad? Bueno, yo me esfuerzo en contarles cuánto les amas, les explico que entre nosotros ya no hay amor, les hablo de nuestros paseos, de nuestras aventuras, me cuentan de sus vacaciones en la parcela de tu abuelo, que les enseñaste a nadar en el Río Claro, que salen a cazar. También, por fin he visto como usan las bicicletas sin ruedas laterales… me habían contado, pero no había forma de verlos mientras no tuvieran bicicletas en esta otra casa…
- Me preguntas qué siento: Pena ¿qué crees? Me duele tanto como a ti perderme sus victorias. Te confieso que a veces me gana la descordura y en un gesto inhumano les respondo que tú me castigaste, que por eso ya no estoy a tu lado.
- ¿Qué dices? Lo sé, los niños no tienen culpa, tampoco yo y dices que tampoco tú… Abrigábamos tantos sueños, nos entregamos todo. Te adjudiqué todo, hasta mi último soplo de ilusiones. Es cierto, ya no te amaba, pero había intervalos en que me hacías inmensamente feliz, sobre todo sentía una gran admiración por tu fuerza, la misma fuerza que laceró mi cara, la misma fuerza que golpeó mi ego, mi autoestima… guardemos silencio, no te estoy culpando sólo intento perdonarte…
- ¿Cómo? Sí, lo recuerdo. Muchas veces, ansioso después de amarnos me preguntabas ¿eres feliz? Muchas veces me mordía la comisura de los labios y te respondía “sí, soy feliz” y venías incauto a preguntar ¿me amas? Las dudas no eran sólo mías: Hagámonos cargo, tu incertidumbre poco colaboraba a estabilizar mis emociones, sin embargo, había prometido envejecer contigo, criaríamos gallinas en una casa de campo ¡cómo te gustan los huevos frescos! ¿Recuerdas cuando dibujábamos los planos de la casa que levantarías? Seríamos maestros de escuela… Ya lo sé, hoy eres un maestro respetado y yo sigo sentada tras un módulo esperando que pase el siguiente… el siguiente pensamiento que hace que logre abstraerme de mis debilidades.
Si no hubiese vuelto a nacer, seguiría admirándote, imponiéndome amarte. Aún se presentarían esas tertulias en que nos dábamos maña para robarle minutos al tiempo ¡cómo se amaban nuestras miradas! ¡Cómo guardábamos silencio cuando el otro acaloradamente presentaba un argumento! ¡Qué dispares pensamientos y qué maravillosa capacidad de conjugar ideas!Sí, yo me quedé en silencio cuando te fuiste adueñando de mis palabras, de mi lenguaje, de mis movimientos, cuando me sentí tan invalidada que te autoempoderaste de la misión de controlarlo todo ¡Que hosca me volví! ¡Qué desmarañada y poco agraciada me veía! ¿Verdad? Tienes razón, no soy tan atrayente como a lo fui a los dieciséis años y no soy tan locuaz y divertida, pero hay algo que no logro comprender: ¿por qué cuando me presentabas a tus pares decías ella es… acaso referías a una mujer que ya no estaba? Decías amarme, vivir para hacerme feliz, para levantar nuestra casa, la misma de la que me desproveíste cuando decidí hacer caso de tus constantes expulsiones.
- ¿Me dices que nunca fue tu intención? Pienso que no fue tu intención que yo reaccionara a tus lapidarias sentencias. Hay una que aprendí de memoria, tal vez de tanto oírla: “O haces lo que yo te digo, porque es lo mejor para nosotros o te vas sola, sin tus hijos porque ya no serán tuyos”.
Cuando arranqué de tus ojos enfurecidos, de tus manos golpeadoras, recordé un cuento: Barba azul ¿sabes que su última esposa se salvó de la muerte por su astucia? Mientras proferías tus amenazas, tu decisión de quedarte con nuestros hijos y mi expulsión de tu casa sólo pensaba en lograr tomar mi teléfono. A todo te dije que sí, te respondí que tenías razón, que yo era una mala madre, una mala esposa, que nada hacia bien, que mis hijos no serían para mí. Mi teléfono era lo único material que me quedaba. Me senté en un banquillo en ese parque que jugábamos con nuestros hijos y lloré. Tuvemiedo, me asustó creer que estaba inválida e incapaz sin ti, me asusto perder esa casa linda que remodelabas para mí ¿dónde albergaría ahora a los nuestros?
Recuerdo que intenté llamar por ayuda, no se qué pasó que mis dedos no atinaban a dar en teclear los numeritos… nada, todos errados. Comencé a vagar, a alejarme, pensando en cómo sacar a mis hijos de tu lado y grité con tanta violencia ¡quédate con todo, pero a mis hijos no me los arrebatas! Grité con tanto desespero que las palabras no fueron expulsadas de mi boca. Aún así, impregnadas de tanto consentimiento fueron a grabarse en mi pecho, traspasando mis carnes se adosaron en mi alma. Miré mis manos apretadas, arrimado en una estaba mi teléfono, recordé para que rogué tanto salir con el aparatito y pedí ayuda: así llegue desde una comisaría a la reja de tu casa informándote que sólo entraría para recoger a nuestros niños.
- Me preguntas ahora por qué no me defendí ¿qué sacaba con intentarlo? Sólo exacerbar tu violencia.
- ¿Que recuerde que era la primera vez? era la primera vez que tus puños me golpeaban ¿pero tuspalabras? ¡Cuánto me humillaste!
- ¿Sabes por qué no me violentaste antes? Porque yo decidía callar, erróneamente pensaba que pornuestros niños era mejor el silencio ante tus palabras desmedidas.
- ¿Que nunca me ofendiste? No he dicho que profirieras palabras groseras. Hasta para insultarme utilizabas tu retórica. Tu buen lenguaje, tus frases finamente elaboradas nunca se descompusieron producto de tu furia.
- Me dices que aún puedo volver a nuestra casa. Lo sé, en nuestra sala de estudio vacío el espaciodestinado a mis cuentos, a mis dibujos, a mis cerámicas, mis tejidos inconclusos… como cada nueva espacie q emerge de una infatigable habilidad para crear, pero ¡vaya cosa! a medio andar me abandonan las fuerzas…
Hoy te veo pasar, recoges a nuestros hijos, me miras y bajo tus cejas, tus ojos me siguen buscando. Sólo en tu iris veo lo diminuto que ahora tú te sientes desprovisto de mí. Yo creí en ti, tú creíste en mí. Ambos nos faltamos, pero tú desesperaste más que yo. Tú tienes tu casa, nuestro perro, nuestras plantas.
Te quedaste con mis risotadas, con mis palabras de baja crianza, con mis orgasmos ¡cuánto me gustaba el sexo contigo! Creo que era lo único que nos hacia encontrarnos. Me cuentas que las paredes de las nuevas habitaciones están listas… gracias YO TAMBIÉN ESTOY LISTA PARA CAMINAR SIN TI…
La formidable manera de expresarte, tus manos fuertes y tu infatigable agilidad se confabularon para castigarme. Tus manos… ¡cómo gozaba sintiéndolas casi volátiles recorriendo toda mi piel! ¡Cómo me deleitaba cuando te pedía que dejaras de usar tus ojos para mirarme, que me vieras con la yema de tus dedos y el inicio de de tu lengua… como me hacías zarandear! Yo juré quedarme a tu lado toda la vida, sólo te exhortaba a que me dejaras ser, a que no te afanaras en forjar una mujer que no existe.
- ¿No me crees? Me reconozco así, tal cual soy: un poco gata, un poco descuidada, huraña, arremetida de risotadas.
- ¿Sabes qué? He retomado la vieja costumbre de reír, de gozar de lo inconsistente, de la algarabía, de amanecer creyéndome princesa, de dormir riéndome de ser perra, de vestirme de bella, de mujer fatal, de niña, de anti mina, desparpajada, de cubrir mis pechos, mis nalgas, mis piernas según el primer pensamiento de mi día, jajá… Si! Es verdad, siempre me repetías que te fascinaba imaginar cual de las muchas mujeres que se esconden bajo mi piel llegaría a nuestras citas. Decías amarlas a todas. Ese cambio, esa travesura que tanto te gustaba de mí, esa que en los años de convivencia te fue exasperando provocándote tanta molestia…tanta, que insistías tanto en enseñarme modales de señora.
- ¿Porque esa mirada tan lánguida? No te creas, tras mis carcajadas, mis palabrotas, mis osadías, también sigo sollozando, Sí, a mí también me apena que no resultara. Cuando hablo de ti, ensalzo tus cualidades, eres tan dedicado a tu casa, a tus hijos, trabajas incansablemente… pocas veces he visto que enciendas un cigarrillo ¡cómo me gustaba compartir un trago contigo! sabias medirte.
- ¿Pero porque esa arrogancia? ¿Porque pretendías ser infinitamente superior a mí, a tus congéneres, a tus colegas, a tus pares? Si eras tan enaltecido ante mí ¿por qué iniciaste una arremetida de descalificaciones? ¿Por qué tenías que golpearme?
…Lo sé, sé que tu casa está ahí, que no hay mujer para ti q no sea yo, sé que aún me esperas…
- ¿Tres meses? ¿Ese fue el desenlace lapidario que pronosticaste? Recuerdo que declaraste cuando te preguntaron por mi ausencia: “Tres meses y tendrá que volver bajo mis reglas”.
- ¿Te niegas a contar el paso del tiempo? Mejor no la hagas, pierde cuenta de los días que restaste a nuestra vida juntos. No me he sometido, aquí me tienes mirándote de frente y altanera como cuando éramos mozuelos. Caprichoso destino.
- ¿Que me amas? Déjame decirte lo que pienso. Sólo te amas a ti mismo, eres tan todopoderoso que no toleras mi abandono ¿Por qué no amas a esta mujer que se juega el pellejo, que compratreinta días de techo, treinta días de pan, leche, colegio y entre tanto se da maña para ser ella? ¿Te enteraste que he vuelto a mis clases? ¡Sí! He retomado, ya no soy la alumna brillante que era cuando estaba a tu lado, me está costando, pero ¿sabes? me ha servido para no mirar desdeñosa a mis compañeros de bajos logros. He entendido que no siempre los resultados son favorables y lineales al grado de esfuerzo. ¿Sabes qué? De una u otra forma siempre vivo los dos polos de una misma realidad.
- ¿Me pides que guarde silencio? ¿Por qué he de callar? NO SIENTO VERGÜENZA DE MI HISTORIA, SOY UNA MUJER COMO TODAS, con fracasos emocionales, pérdidas materiales, amores desventurados ¿quién no los ha vivido? no han sido las más acertadas mis conjeturas, mis elecciones, pero me juego la vida por no dejar de creer. Creo en ti, creo en tus méritos, que por cierto ya enuncie. Pasa que en tu amor no creo ¿cómo creer en lo que no existe? Si me amaras como dices, gozarías con haberme visto nacer desde que salí de tu cómoda casa con las manos agarrando nuestros chiquillos y en la espalda una mochila con la desesperanza, la pena, la incertidumbre y el miedo… ese día iba tan abstraída que la perdí, en buena hora quiso la providencia que así fuera. Dejé la bolsa olvidada y así más liviana y ligera de culpas he podido avanzar. Mira donde estoy, no es mi final ¡mira! ¿Logras ver? Vaya, aún ves a una mujer invalidada ¿sabes cómo me veo yo? subiendo una gran escalera, habré sorteado tres o cuatro peldaños. Jajaja ¡sí! Esta empinadísima y parece interminable. Sólo es subir, si en algún tramo me canso me siento a pensar, como ahora…
Sin embargo, hay algo que sí me preocupa: esa bolsa que deje en el micro en el que partí desde tu casa… creo que he encontrado a un par de mujeres que la han tomado para sí, he intentado decirles que en ella no hay nada bueno, pero no se atreven, no me escuchan, oscilan en el umbral de sus puertas. Si fuéramos capaces de hablarles en conjunto… tal vez esos hombres que neutralizan a sus mujeres al igual que tú creen que nunca se verán solos. Te invito a no dejar que nuestra historia se farree la oportunidad de arrojar algo bueno. Hablémosle de lo medular de lo que fue lo nuestro. Mira, mientras tú te decides yo iré contándoles lo que hoy he hablado contigo, pausado para que no se asusten, no quiero infundirles más miedos… miedos que no les dejen ver la grandeza de ser mujer.