Por años me dio susto, miedo, pavor, el sexo anal... Escuchaba tantas historias de desgarros y dolores... La gente comentaba... las mujeres se negaban. De mis amigas ninguna se atrevía. Decían que te rajabas, que no te podías sentar en semanas, que te dolía hasta ver burros verdes.
Una de mis mejores amiga siempre me decía que no entregaría el chico hasta el matrimonio, para tener “algo virgen” que darle al peor es nada... ¿La verdad? Supe de buena fuente que aún no se atreve... y en su momento la entendí.
La entendí hasta que con un amigo con beneficios, en una loca noche de alcohol hace muchos años, me agarró fuerte de la cintura, me dio vuelta en la cama, me mojó y me lo metió... ¡sin preguntar! Lo bueno es que no era muy dotado y no fue lo doloroso que creí. Me dolió, sí; pero ni tanto, ni tan poco. Placentero tampoco fue... no estaba bien lubricada, no estaba demasiado excitada, él no me producía cosas fuertes.
Desde ahí me negué al sexo anal. Me negué porque no me llamaba la atención. Porque me daba miedo probarlo con un tipo más dotado y porque en realidad no era mi tema.
Sin embargo, hace un rato le encontré la gracia... tenía mi touch & go con quién parte de nuestra rutina era probar cosas nuevas. Amaba que probáramos, descubriéramos, hiciéramos cosas entretenidas... ¡total! para eso estábamos. No habían llamadas posteriores de cómo llegaste... ¡nada! Era sólo sexo.
Lo conversamos antes, le dije que sí, que lo había hecho. Me hice la chora, porque era parte del papel que me tocaba jugar. Así es que quedamos en probarlo ese día. Nos juntamos y comenzamos a tocarnos (no éramos de besos) y sacó mi vestido. Me dio vuelta... brusco... como siempre... como me gustaba... Me excita que el hombre me tome fuerte, necesito que tenga poder, que me lastime un poco, que me demuestre ser macho alfa en el sexo.
Me besó el cuello con mucha lengua y me tiró un poco el pelo, marcándome el terreno: era él quien mandaba... Bajó por mi espalda descubierta tocándola y besándola toda. Nuevamente me dio vuelta, me sentó en la mesa y se arrodilló frente a mi y comenzó a hacerme sexo oral... ¡cómo sabía mover su lengua en mi clítoris! ¡cómo agradecía mi clítoris cada lamida!
No me dejó llegar al orgasmo, sólo quería excitarme, sólo deseaba dejarme lista. Me tomó de los hombros y me paró... mis rodillas temblaban. Arqueó mi espalda hacia adelante, me apoyé en la mesa con una mano, mientras con la otra trataba de complacer a mi pobre clítoris que había quedado abandonado.
Se puso el condón (sí, siempre lo hicimos con condón), untó sus dedos en mis fluidos con los que embetunó mi culo. Tomó su pene henchido y turgente y de un empujón lo metió todo. Me dolió, grité de dolor... Mis dos codos debieron servirme de apoyo cuando caí hacia adelante con el peso de la embestida.
Me tomó el pelo con fuerza y comenzó a besarme nuevamente el cuello, susurrándome que siguiera con mi masturbación de manera que dejara de dolerme o que pensara en otra cosa... funcionó... de pronto ya no dolía tanto, de pronto me gustaba, de pronto lo disfrutaba tanto tanto...
Tuve mi primer orgasmo, intenso, fuerte, ¡¡¡gritado!!! y seguía embistiéndome... fuerte, duro, como era él... Era un amante excepcional, aunque en realidad juntos éramos magia. Me agarraba un pezón, lo masajeaba, lo apretaba, jugaba mientras llegaba su orgasmo... Me tomó de la nuca y puso sus dientes ahí... me mordió mientras eyaculaba. Gustaba el dejarme marcas en lugares donde sólo él y yo sabríamos que estaban.
Estábamos agotados, yo encima de la mesa y el encima de mi espalda... jadeábamos, me abrazaba fuerte...
No fue mi primera vez con el sexo anal, pero la más intensa, la mejor y la que me dejaría marcada y con ganas de seguir probándolo... Pasó a ser parte de nuestra rutina, pero ahí probábamos otras posiciones... por lo general yo sentada sobre él con mi cuerpo echado hacia atrás de manera que tuviera amplitud para poder masturbarme al mismo tiempo. Y sí, para el resto de las veces hubo que usar algo de lubricante...
#LasPerversas