viernes, 16 de diciembre de 2011

Duele, pero duele rico...




Por años me dio susto, miedo, pavor, el sexo anal... Escuchaba tantas historias de desgarros y dolores... La gente comentaba... las mujeres se negaban. De mis amigas ninguna se atrevía. Decían que te rajabas, que no te podías sentar en semanas, que te dolía hasta ver burros verdes.


Una de mis mejores amiga siempre me decía que no entregaría el chico hasta el matrimonio, para tener “algo virgen” que darle al peor es nada... ¿La verdad? Supe de buena fuente que aún no se atreve... y en su momento la entendí.


La entendí hasta que con un amigo con beneficios, en una loca noche de alcohol hace muchos años, me agarró fuerte de la cintura, me dio vuelta en la cama, me mojó y me lo metió... ¡sin preguntar! Lo bueno es que no era muy dotado y no fue lo doloroso que creí. Me dolió, sí; pero ni tanto, ni tan poco. Placentero tampoco fue... no estaba bien lubricada, no estaba demasiado excitada, él no me producía cosas fuertes.


Desde ahí me negué al sexo anal. Me negué porque no me llamaba la atención. Porque me daba miedo probarlo con un tipo más dotado y porque en realidad no era mi tema.


Sin embargo, hace un rato le encontré la gracia... tenía mi touch & go con quién parte de nuestra rutina era probar cosas nuevas. Amaba que probáramos, descubriéramos, hiciéramos cosas entretenidas... ¡total! para eso estábamos. No habían llamadas posteriores de cómo llegaste... ¡nada! Era sólo sexo.


Lo conversamos antes, le dije que sí, que lo había hecho. Me hice la chora, porque era parte del papel que me tocaba jugar. Así es que quedamos en probarlo ese día. Nos juntamos y comenzamos a tocarnos (no éramos de besos) y sacó mi vestido. Me dio vuelta... brusco... como siempre... como me gustaba... Me excita que el hombre me tome fuerte, necesito que tenga poder, que me lastime un poco, que me demuestre ser macho alfa en el sexo. 


Me besó el cuello con mucha lengua y me tiró un poco el pelo, marcándome el terreno: era él quien mandaba... Bajó por mi espalda descubierta tocándola y besándola toda. Nuevamente me dio vuelta, me sentó en la mesa y se arrodilló frente a mi y comenzó a hacerme sexo oral... ¡cómo sabía mover su lengua en mi clítoris! ¡cómo agradecía mi clítoris cada lamida!


No me dejó llegar al orgasmo, sólo quería excitarme, sólo deseaba dejarme lista. Me tomó de los hombros y me paró... mis rodillas temblaban. Arqueó mi espalda hacia adelante, me apoyé en la mesa con una mano, mientras con la otra trataba de complacer a mi pobre clítoris que había quedado abandonado.


Se puso el condón (sí, siempre lo hicimos con condón), untó sus dedos en mis fluidos con los que embetunó mi culo. Tomó su pene henchido y turgente y de un empujón lo metió todo. Me dolió, grité de dolor... Mis dos codos debieron servirme de apoyo cuando caí hacia adelante con el peso de la embestida.


Me tomó el pelo con fuerza y comenzó a besarme nuevamente el cuello, susurrándome que siguiera con mi masturbación de manera que dejara de dolerme o que pensara en otra cosa... funcionó... de pronto ya no dolía tanto, de pronto me gustaba, de pronto lo disfrutaba tanto tanto...


Tuve mi primer orgasmo, intenso, fuerte, ¡¡¡gritado!!! y seguía embistiéndome... fuerte, duro, como era él... Era un amante excepcional, aunque en realidad juntos éramos magia. Me agarraba un pezón, lo masajeaba, lo apretaba, jugaba mientras llegaba su orgasmo... Me tomó de la nuca y puso sus dientes ahí... me mordió mientras eyaculaba. Gustaba el dejarme marcas en lugares donde sólo él y yo sabríamos que estaban.


Estábamos agotados, yo encima de la mesa y el encima de mi espalda... jadeábamos, me abrazaba fuerte... 


No fue mi primera vez con el sexo anal, pero la más intensa, la mejor y la que me dejaría marcada y con ganas de seguir probándolo... Pasó a ser parte de nuestra rutina, pero ahí probábamos otras posiciones... por lo general yo sentada sobre él con mi cuerpo echado hacia atrás de manera que tuviera amplitud para poder masturbarme al mismo tiempo. Y sí, para el resto de las veces hubo que usar algo de lubricante...

viernes, 9 de diciembre de 2011

Cambio de planes (?)


 Cambio de planes (?)


El departamento no podía estar mejor arreglado para un fin de semana completamente lleno de lujuria: velas, aceites, seda, champaña helada y por supuesto todas las ganas de sexear intensamente sin parar todo el fin de semana.

¡Ring!  No me gustó cuando sonó el teléfono.
-“¿Aló?”
-  “Amor, no me vas a perdonar. Ricardo llega a hoy, no tiene dónde quedarse y le dije que puede quedarse en mi depa este fin de semana.”  El mejor amigo de mi pololo llegaba después de mucho tiempo y se hospedaría en su departamento.

Wah, wah, wah, sonó en mi cabeza. ¿Pataleta? ¿Reclamo?

- “¿Y nuestros planes?”  es lo único que recuerdo y no recuerdo su respuesta. Y ahí ya estaba yo, abriendo la puerta para recibir a mi pololo y su amigo.

Ricardo y yo nos conocemos de antes de que conociera a mi pololo.Trabajamos un tiempo juntos y en esas noches de trabajo nocturno habíamos tenido sexo una vez, en la oficina, sexo sin significado para los dos. Casualidades de la vida ambos conocíamos a quien años después sería mi pololo. El tema del sexo nunca fue discutido y creí que no era saludable que mi pololo lo supiera, había sido una sola vez, hacía mucho tiempo y ahora somos todos muy amigos.

La champaña estaba helada, así que para que desperdiciarla. Asumiendo que ya no sería un fin de semana de lujuria me resigné a un fin de semana de tres buenos amigos recordando tiempos.

Descorchamos la tercera botella, ya entre risas y conversaciones lúdicas.

-“¿Recuerdas nuestra noche de lujuria en el trabajo?”  Me preguntó Ricardo dejándome completamente muda y sin saber qué contestar.

La risotada de mi pololo me desconcertó aún más, tendría que estar furioso.

-”No te pongas tan seria, antes de conocerte bien ya sabía del romance de una noche      de Ricardo contigo.”

Se reían a carcajadas ambos burlándose de mí. Me uní pronto a sus bromas y siguiéndoles la corriente morbosa dije:

- “Suertuda yo ahora tenerlos a los dos de frente, con el departamento con el ambiente  listo para sexear. Me daré un banquete esta noche.”

Hubo un silencio y mi pololo se paró de su sillón. Pensé lo peor, me sobrepasé con la broma y se enojó. Se paró trás de mí en la silla, poniendo sus fuertes manos sobre mis hombros. Me masajeaba lentamente no buscando que me relajara si no que me excitara. Sabía bien cómo tocarme para lograrlo. Ricardo nos miraba desde el otro lado del living, sin entender tampoco que hacía mi pololo.

- “¿Es cierto o estabas bromeando?”  Me preguntó susurrando mientras deslizaba una mano bajo mi camisa llegando a mi seno y aprisionando el pezón entre sus dedos.

Sentí la tibiedad de mis fluidos en mi entrepierna. Me excitó tanto su acción como el pensamiento de tenerlos a los dos sexualmente para mí.

-  “No, no bromeo”  sus dedos presionaron mis pezones más fuertes cuando escuchó mi respuesta.

Ricardo permanecía quieto en su silla, mirándonos sin entender que pasaba.

Aún tras de mí, delicadamente tiró mi cabello hasta lograr que mi cabeza se posara en el espalda de la silla. Me besó, su lengua parecía otra, lamía mis labios y masajeaba fuertemente la mía. Sus manos se deslizaban ambas sobre mis senos, masajeándolos, apretando los pezones haciendo que mi entrepierna sudara de pasión.

Me quitó la camisa y desnudó mis senos para que su amigo pudiera ver cómo respondían mis pezones a sus caricias. Me tomó de la mano y me guió al sofá que quedaba mucho más cerca de Ricardo. Sí, yo también quería que Ricardo participara. Había fantaseado muchas veces con dos hombres pero nunca pensé que me atrevería. No tuve pudor, no me dio vergüenza, lo deseaba.

Sentada en el sofá comencé a hacerle sexo oral a mi pololo mientras él estaba de pie. Agarraba su pene entre mis labios, apretaba muy despacio su glande entre ellos y con mi lengua masejeaba su cabeza. Lo metía poco a poco cada vez más profundo en mi boca, masturbándolo desde la base.  Miré a Ricardo y se masturbaba por encima de su ropa. Entendió mi mirada pues se desnudó rápidamente dejándome ver su enorme pene, hinchado y brilloso por su lubricación.

Me recosté en el sofá apoyando mi cabeza en el cojín, sin dejar de chupar el pene de mi pololo. Con un dedo llamé a Ricardo, indicándole que se sentara en el sofá. Así lo hizo. Le tomé su mano y la puse sobre la cremallera de mis pantalones. Supo inmediatamente que hacer. Bajó la cremallera, delicadamente me quitó los jeans, los calzones y comenzó a masturbarme. Sentí en mi boca como el pene de mi pololo se hinchó mucho más y sus venas latían. El ver que me tocaba su amigo lo había excitado en demasía y a mí sentir su pene engrandeciéndose en mi boca me excitaba igual.

Ricardo miraba extasiado mi vagina mientras me masturbaba. Mi clítoris se hinchaba y mi vagina se mojaba cada vez más. Metió su cara entre mis piernas y lamía toda la humedad. Tomaba el clítoris entre sus dedos y lo masajeaba con la lengua. No pude controlar mi orgasmo y aún con el pene de mi pololo en la boca grité de placer. Mi pololo empujó el espalda del sofá convirtiéndolo en una cama. Me tomó por los hombros me movió fuera de la boca de Ricardo. Me acomodó en la cama y me penetró de una, orgasmeé rápida y nuevamente. Ricardo se masturbaba violentamente mirándonos sexear. Mis caderas parecían tener voluntad y mente propia, se movían veloz y armoniosamente como respondiendo los movimientos de mi pololo. Mis gemidos me ensordecían hasta a mí misma, aún no sé si fue un sólo gran orgasmo o decenas de ellos, uno tras otro sin parar.

Ricardo no pudo controlarse y orgasmeó mientras se masturbaba mirándonos. Creo que fue la señal para que mi pololo también tuviera un orgasmo, creo que necesitaba durar más que el invitado, para controlar el ego. Me penetró tan fuerte cuando estaba orgasmeando que toda mi entrepierna lo sintió y apretó en su propio orgasmo. Se tiró sobre mi cuerpo y me besó tiernamente preguntándome si estaba bien.

Todo fue tan normal en los tres, nos levantamos, nos bañamos, comimos algo, platicamos un poco más y dormimos. El “después de” no fue incómodo para ninguno de los tres.

Mi fin de semana de lujuria, el que pensé arruinado por la visita del amigo, terminó siendo uno mucho más interesantemente sexoso que el que había planificado.

El domingo despedimos a Ricardo. Volvimos al departamento e hicimos el amor hasta quedar rendidos. Nos seguimos viendo, pero nunca más hemos tenido otro ménage à trois. Seguimos siendo grandes amigos pero ¿quién sabe? ¿una vez más?