Orgasmo llovido: Eyaculación de una fémina
Me encantaba pasar por él, subía lo ocho pisos en un ascensor antiguo. El vejete que pulsaba los botones de los pisos me miraba por sobre la bifurcación, justo a la mitad de las hojas letradas y decoradas con mujeres de pechos duros, quizás mi cara lujuriosa delataba el sabroseo de evocar nuestras citas. Cada rincón de su oficina oliente a jurisprudencias y normas había sido recorrido por nuestras acaloradas disquisiciones sobre acuerdos preparatorios y lamidas. -A destino señorita – ahí cadenciosa me deslizaba por los pasillos del octavo piso del edificio de Calle Agustinas.
Esa tarde apenas mi dedo dejó de tañer el botón de anuncio, apareció él. Me susurró al oído que teníamos escasamente una hora antes que llegaran clientes de su socio, y cada vocal en mi tímpano se deslizaba desde mi canal auditivo a mi clítoris. ¿Acaso no terminó de explicarme y ya trabajábamos afanosamente en comprobar la lisura del papel decorador de los tabiques de la salita? No sé si sería pecar de sobre información describir las montadas en su escritorio arrasando con cuanto “ofíciese” descansaba sobre la superficie, como mis pechos se hinchaban bajo su lengua humedeciendo sus coronaciones sepias. ¿Acaso el evocar sus dedos hurgando en la concavidad demasiado húmeda que se escondía bajo mis calzones hacía que mi mano desesperada condenara a la maldita prenda a fenecer aterrizando en algún rincón de la sala?
No sé precisar si algún extraño fenómeno hizo que nuestras jugarretas transcurrieran a la velocidad de la luz, de otra forma no me explico que media hora fuera casi un décima de orgasmos, que media hora fuera sólo dos clavadas que me hacían contonearme sobre su miembro erecto cual danzante ponzoñosa que amenazaba con tragar hasta su testículos en mi desenfreno.
De tanta delectación, la quemante clava entre mis piernas, me hizo olvidar regular mis quejidos y vociferé un ensordecedor grito al unísono que mi cuerpo temblaba como poseída por una legión de demonios. Temblores que me dejaron impávida cuando las glándulas de Skene expulsaron un abundante e híbrido liquido, mojando la impecable alfombra bajo nuestros pies en zapatos, maravillando así a mi varón, que extasiado voceaba: -¡cariño! ¡Eyaculaste! Eres tan hembra y hoy eres la primera en regalarme delicioso tributo!- Mi sorpresa era desconcertante, de mi acalorada vulva escapó el bendito placer que hizo que mi caverna llorase de delicia.
El timbre sonaba insistente, me acomodé la falda, presuroso se abotonaba la camisa, se acomodaba la corbata. Yo tomé mi bolso de mano, crucé mis piernas llovedizas, me acomodé el pelo, y me senté frente a su escritorio. Él salió de su oficina y en la salita de espera, mi varón atendía a los clientes de su socio.
Una risita nerviosa me hacía temblar sutilmente. A mis espaldas el murmullo de los intrusos que mutilaron mi juerga, tras de mí lo pasos medio vagantes de mi macho. Pasó por mi lado, se sentó al otro lado del escritorio, me miraba de frente, con una seriedad y silencio casi sepultural. Fue tamaño esfuerzo controlar el carcajeo, al mirarle a él casi impecable, y digo casi porque no era cuando la corbata medio torcida la que alteraba su prestancia, no, ciertamente no lo era tampoco su rostro inyectado sudando gotas, no. Creo que quienes aguardaban en la sala avisaron que volverían otro día para no incomodar. ¿Quizás el pelo medio cano y largo de mi macho más parecía el de un científico loco que de un connotado abogado? Estoy segura que eran mis calzones a medio metro de la puerta principal, lo que espantó a lo intrusos que interrumpieron nuestra guerrilla leguleya.
Sí, él fue un buen compañero, un buen amante, buen abogado. Compartimos nuestras juergas leales uno al cuerpo del otro medio año más, y aún fue uno de esos buenos cariños que te aman la carne no por sus formas, si no como te gozas. Esa tarde nos quebró la libre complicidad del goce mutuo, ya no eran tan entretenidas las visitas a su oficina, más que complacerme la vulva, buscaba incansable otro nuevo orgasmo llovido.
Ha sido la única vez que he eyaculado en demasía, empero, no resto méritos a otras experiencia de comunión de coito que me han parecido tan o más placenteras que ésa. Tengo el punto G conectado a la emoción, quien me encandila y me calienta termina humedecido entre los salares que se deslizan por mis piernas. No importa cuanto “cc” de líquido expulse, siempre, siempre un buen amante gozoso me susurra … “¡Qué mojada estás, cariño mío!”
#LasPerversas
Excelente narración, como siempre!!
ResponderEliminarPersonalmente me encanta cuando me dicen complacidos lo mojada que estoy...practicamente soy una vertiente...
Hasta el próximo viernes =)
Revelador. Casi me sentí con esa vagina chorreante, aunque no la tengo.
ResponderEliminarSaludos =)
Me encanto la narración escribes muy bien, y creo que te envidio jajajaja ABRAZOOS..!!
ResponderEliminarNosotros como pareja disfrutamos mucho de esto... lejos lo mejor, es el goce máximo de ambos
ResponderEliminarMuy buenooooo!!!!!!!!!!!!
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