sábado, 28 de abril de 2012

Como arena en la playa




Como arena en la playa
El agua bamboleando sobre la húmeda arena. El jadeo de esa ola espumosa mientras se retira de la piel de la Tierra. Los residuos salados en la orilla arenosa cubierta de algas despeinadas. Mar violentamente tomando el sexo de la arena. La playa es aliciente a mi sexo.

“¡Vamos a la playa!” gritaron al unísono mis amigas una tarde dominical donde la modorra nos estaba consumiendo el cuerpo. No me podía negar, el calor de la tarde, el aburrimiento acostumbrado del domingo, me hacía desear con ansias la húmeda arena entre mis pies y el viento salino en mi cabello. De camino compramos cervezas, muchas cervezas. Seríamos sólo nosotras, cuatro amigas con calor y ganas de tomar cervezas .

El lugar lo conozco bien, desde la infancia en los viajes de vacaciones con mis padres, hasta mis escapadas para respirar de la ciudad. No sé los nombres de los vecinos, pero los conozco a todos, uno en particular me llama la atención desde hace mucho tiempo.

No sé su nombre, pero me sé de memoria como cae su largo cabello ondulado en su ancha espalda. Me he memorizado por años el color de su piel, marrón con destellos de dorado. Me ha sonreído y saludado de hola todos las veces que nos hemos encontrado a través de los años, mas nunca hemos conversado.

Esa tarde, mientras nosotras nos deleitábamos con cervezas heladas, ostras y la vista increíble que nos proporcionaba el balcón del mar, el negro, así lo llamo en mis fantasías de mar, llegaba de haber sacado mariscos varios. Lo vimos atar su pequeño bote al muelle y entre risas y muchos salud les conté a mis amigas que fantaseaba con el negro siempre que iba a la playa.

Cuando pasó por el balcón, nos sonrió y gritó hola, como siempre. Esta vez mis amigas sabiendo de mis fantasías y un tanto más alcoholizadas que yo, lo llamaron a que llegara al balcón, cambiaríamos cervezas heladas por algunos de sus mariscos recién sacados. Su carcajada me hizo temblar de deseo. Accedió pero pidió que esperáramos mientras se duchaba. En ese rato, el plan de las amigas:  lo sentamos a tu lado, le tiramos indirectas, le coqueteas, inventamos excusas y nos vamos para que te quedes sola con él.

Regresó el negro cargando el tesoro del mar que había sacado, limones, salsa picante y más cervezas. Presto se sentó a mi lado sin que el plan se tuviera que poner en efecto. Me saludó y me llamó por mi nombre, me sorprendió que lo supiera pues yo no sabía el del. Abría los mariscos y nosotras abríamos más cervezas.

El negro aún sentado a mi lado me tomó la mano y la aprisionó entre su muslo y su propia mano. Lo miré y su sonrisa no era la misma, estaba llena de lujuria y de la candencia del mar. Me gustó que me mirara así, le respondí la sonrisa y moví mis dedos aprisionados acariciando su muslo.

Sin aviso alguno se sentó frente a mí y comenzó a besarme las piernas bajando hasta los dedos de mis pies. No le importaba que mis amigas estuvieran allí mirándonos, ahora un tanto sorprendidas de las acciones del negro. Deslizaba sus manos por mis piernas llegando al interior de mis muslos, seguidas por sus labios y lengua. No me daba vergüenza que mis amigas estuvieran ahí mirando lo que pasaba, en realidad le añadía más morbo a la escena ya cargada de morbosidad. No duró mucho el tiempo de exhibirnos, las amigas entendieron que lo que había comenzado tan caliente no podía sino tener un final aún más candente y se fueron.

Realmente no nos dimos cuenta cuando se fueron, él se deleitaba tocando mis piernas llenándolas de besos y de saliva yo me me concentraba en disfrutar las caricias de quién había sido mi fantasía de playa por tantos años.

De un empujón movió la silla donde estaba yo sentada, hasta dentro de la cabaña. Se arrodilló frente a mí me abrió las piernas, me quitó los calzones, acercó su cara a mi entrepierna y suavemente con la punta de su lengua tocó mi clítoris. Me achiqué y mis hombros tiritaron ante la sensación eléctrica que sentí a la unión de su lengua con mi clítoris. Sus dedos separaban los labios dejando al descubierto el hinchado y arrebolado clítoris. Lo escuché gemir como cuando se desea un plato de comida deliciosa. Y así mismo se lo comió. Metió todo el clítoris en su boca y mientras succionaba lo apretaba con su lengua. Sus dedos separaban los labios acariciándolos de arriba a abajo. Cambiaba su cara de posición sin abandonar la succión del clítoris que ya me daba señales de un orgasmo. Puedo imaginar que en su lengua podía sentir como latía mi clítoris y adivinó que estaba a punto de orgasmear porque metió en mi vagina dos de sus largos dedos, presionando son suavidad el punto-g. El orgasmo fue instantáneo en ese momento, me enloquece estar a punto de tener un orgasmo clitorial y que me penetren de alguna forma segundos antes. Gemí, no grité, sentí como todos mis jugos vaginales me bajaban por el NIE hasta el ano, mojando a su vez la silla.

Se desnudó, y su pene era tal como el mito del pene de los hombres negros, largo, ancho y cabezón.  Se masturbaba dejando salir los primeros trazos de lubricación. Intenté tocarlo y me alejó la mano. “Mírame, y mastúrbate tú ahora, así de mojada como estás” El sonido de esa orden impúdica accionó las contracciones de mis paredes vaginales estimulándose solas. Mis dedos apenas podían tocar el clítoris después del primer orgasmo. Me acariciaba los labios, el NIE, el ano, me introducía mis dedos en la vagina, pero no me estaba masturbando para orgasmear, el clítoris estaba muy resentido para volver a latir como antes. El negro se reía, creo que se daba cuenta de lo que me pasaba. Se puso su condón, me levantó de la silla y me puso en cuatro en el catre que hace de cama en la cabaña. Sólo metió la cabeza y sus dedos buscaron la lubricación que aún goteaba de mi orgasmo anterior. Me embadurnaba el ano con la lubricación y poco a poco metía más de su pene en mi vagina. Mis espalda se arqueaba tratando de que su pene entrara más a mi vagina y que los movimientos de bombeo constante comenzaran. Metía los dedos en mi ano y un poco más de su pene en mi vagina, no se movía, sólo metía un pedazo más. Acomodó sus caderas y pensé que al fin lo metería completo, hizo totalmente lo opuesto, lo sacó todo de una y fuerte. Sonó como la salida abrupta de un corcho de la botella de champaña.

Me di por vencida y bajé mis brazos recostando mi torso en el catre pero dejando la cola bien parada, para que él viera como aún me lubricaba. Tomó mis caderas con ambas manos, y de una metió la inmensidad de su pene en mi vagina y bombeaba circulares movimientos que aminoraban el dolor inicial que sentí al tener su pene dentro. Me empujaba hasta chocar mi cabeza contra la pared. Mi vagina latía en un orgasmo constante, los fluídos mojaban ya mis muslos y salpicaban su pelvis. Dejó de moverse y metió todo su pene en mi vagina, sentía los huesos de su pelvis en mi nalgas, mis gemidos y gritos no pudieron acallar el grito del negro cuando tuvo su orgasmo. Dejé caer mi cola y el se movió al lado mío, me volvió a sonreír como todos los días antes de hablarnos. “Esto tenía que pasar” dijo. Sin aliento asentí con la cabeza y nos reímos a carcajadas. Nos dormimos abrazados y sexeamos varias veces más durante la noche.

En la mañana desperté y ya tenía desayuno costero en la mesa. No fui a trabajar, me quedé disfrutando de mi fantasía de la playa por un día más. Nos vemos en la misma playa todos los fines de semana, ya no somos dos extraños que deseaban la fantasía de playa, ahora somos exploradores de sensaciones en nuestros cuerpos descubriendo zonas, unas abandonadas y otras aún vírgenes. Mis amigas con cierta envidia fantaseosa en pos de broma, pasan por mi casa y siempre me gritan “¡Vamos a la playa!”





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