Un par de copas de más en un céntrico bar de Santiago, barrio Lastarria, lleno de gente... Hacía tiempo que no nos veíamos y nos juntamos a charlar, para no perder la costumbre que habíamos adquirido después de meses de relación.
Me contó de su pega y yo de la mía... pero las miradas quemaban... mi escote sudaba... mi entrepierna latía... mi cara se afiebraba...
Su mano rozó mi muslo y sentí como una descarga eléctrica me recorrió de pies a cabeza, poniéndome la piel de gallina. Comenzamos a tocarnos bajo la mesa descaradamente después del segundo ruso blanco. Lo deseaba, tanto tanto. Lo deseaba desde que terminamos, hacía unos dos meses, cuando decidimos que no podríamos estar en una relación monogámica.
Lo miré a los ojos, me rocé los labios con los dedos, jugué incansablemente con mi dedo adentro de la copa y luego me lo llevaba a la boca... Sacaba mi lengua y con la punta me rozaba la yema del dedo... Lo chupaba tal y como quería chuparle su miembro, que a esas alturas peligrosamente gritaba por salir del pantalón. Me reía como sé que siempre le gustó, con ganas, desde dentro, desde las entrañas.
Lo miraba extasiada, porque me di cuenta que aún podía calentarlo con tan poco... con una mirada y un juego de lengua. ¡Pero claro! él sabía de lo que yo era capaz... ¿cuántas sesiones de moteles no nos pegamos mientras poníamos música de fondo y me embestía violentamente? Cuando éramos tan cómplices que jugábamos a contarnos los lunares de todo el cuerpo mientras nos tomábamos unos sorbos de cerveza para ahuyentar el calor.
Sentía mi cuerpo preparado, sentía mi clítoris latir a cada palabra que salía de su boca... ¡¡¡Dios!!! Esa boca, qué bien sabían sus labios en mi entrepierna, qué bien se movían sus dedos en mi monte de Venus. Él siempre supo cómo tocarme y cuando hablaba mi cuerpo se estremecía. Él me inició, no fue mi primer macho, pero me inició en el juego perverso del control y del poder en la cama. Gozaba mientras me apretaba en la cama, mientras me convertía en su esclava cada vez que le incitaba a hacerme lo que quisiera y cómo quisiera.
Fui al baño, mezcla de alcohol y excitación. Una palabra, un roce, una mirada de él hacía que mi entrepierna diera una cátedra de excitación... me calentaba... Me saqué los calzones... me molestaban... demasiada tela.
Volví a la mesa, lista, excitada, con una falda que se subía con una mirada. Pedimos un par de copas más y sus dedos me buscaban y hurgueteaban mientras su lengua rozaba mi oreja. ¡¡¡Cómo sabía calentarme!!! Conversamos de la vida, de cuántas se había tirado mientras estuvimos separados, de cuántos habían compartido una cama conmigo desde él. De cómo habían sido. No, ninguno se comparaba a sus dedos y su lengua. No, nunca fue amor... era deseo, animal deseo.
Pagamos la cuenta, a medias... como siempre... caminamos por las calles preciosas del barrio, nos rozábamos cada vez que entre miradas furtivas, la gente se alejaba de nosotros. Nos tocamos con desesperación, hasta que el afiebramiento pudo más y me apretó contra un muro al interior de un pasaje... Me subió la falda y me embistió. ¡Fuerte, duro, animal! De espaldas. Mi único movimiento fue inclinarme levemente apoyada en la pared. Quería sentirlo entero, completo, mientras una mano me agarraba con fuerza el pelo y otra masajeaba mi clítoris.
¡No! no me importó si nos veían... era la gracia... era lo que secretamente nos calentaba.
Pasó un grupo bullicioso, me bajó la falda mientras mis fluidos corrían por mi pierna. Él se bajó la camisa... me abrazó, me apretó, me aprisionó... y seguimos caminando... Calientes... Rojos de excitación.
El cerro Santa Lucía enfrente nos dio la oportunidad de terminar ese calentamiento y en una de las bancas se sentó. Me subí la falda y me senté sobre él. El que pasara gente sólo hacía más caliente ese momento lleno de erotismo. Una de sus manos rozaba incansablemente mi clítoris y la otra me apretaba fuertemente hacia él, su lengua jugaba en mi cuello y en mi oreja. Nunca lo había sentido tan duro, nunca habíamos hecho algo así. Traté de no gemir muy fuerte, sobre todo cuando sentí que el orgasmo llegaba a mi... ¡¡¡Sus dedos!!! aún con el recuerdo mi piel vuelve a vibrar.
Terminamos extasiados, preguntándonos tontamente porqué habíamos terminado... La pregunta nos duró hasta que nos despedimos. La llamada camino a casa nos hizo darnos cuenta que lo que pasaba entre nosotros era calentura de la rica. Con él podíamos hacer esas locuras... pero con el tiempo descubrí que él sólo me liberó.
#LasPerversas
Me calienta cuando se habla de sexo urbano. No hay nada más erotizante que pegarse un buen polvo en público... el cosquilleo del miedo que te descubran, el sentir como la humedad de consume y puedes hacer algo al respecto... sentir como penetras esa humedad mientras el resto sólo camina.... se agradece un gran, gran relato....
ResponderEliminarSalvo un par de cosas que se me hacen medias difíciles de cachar (estar sentada sobre el tipo y que te toque el clítoris al mismo tiempo) está bastante bueno el relato.
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